El primer avión comercial con motores de reacción fue el De Havilland Comet que en mayo de 1952 realizó el vuelo Londres – Johannesburgo en 24 horas y con cinco escalas provocando una conmoción no igualada hasta la entrada en servicio del Concorde. El Comet resultó un aparato extraordinariamente avanzado para su época, tanto que sus competidores no sabían exactamente cómo luchar con él. La presión en la cabina era el doble de cualquier otro, lo que permitía volar a una altitud de crucero de 12.192 m y, por tanto, verse muy poco afectado por la meteorología. Así lograba dos años después realizar la ruta Londres – Jartum sin escalas (4.930 km). Tanto el Comet como los aparatos que le siguieron eran todos subsónicos, pudiendo alcanzar Mach 0,8 o Mach 0,82, donde las ondas de presión comienzan a comprimirse y a generar anomalías. Para conseguir aviones más rápidos, que pudieran cruzar el Atlántico en menos de cuatro horas en lugar de ocho, soviéticos, estadounidenses y europeos trabajaron por separado en aviones de pasajeros supersónicos. Así nacieron el Tupolev Tu-144 ruso, Boing presentó su modelo de ala oscilante y Europa contó con el famoso Concorde.